Hay muchas elecciones que llegan a trascender tu vida sin que te des cuenta de ello, muchas de ellas se toman de manera consciente, otras tanto, no. Esta, para mí, fue una de esas elecciones que llegan sin previo aviso, golpeando, literal.
Cuando elegí mi equipo yo tenía 14 años, mi papa, un fiel seguidor de la Conferencia Americana en ese entonces, veía todos los partidos, especialmente los que acontecían a la división Oeste (AFC west), esto porque Chargers era nuestro vecino en San Diego. Yo le acompañaba algunas ocasiones mientras el le explicaba a mi mama las reglas básicas del juego, yo alcanzaba, sin reparar de más, a pescar unas cuantas notas que llamaban mi atención.
Pero esa temporada, 2005, frente a mis ojos, se postro en el televisor un cabello rizado, unos chinos que caían aparatosamente sobre jugadores ofensivos, unos chinos imposibles de no ver.
Colores Negro y Amarillo (en ese entonces no sabia que se trataba de un color oro), así portaban esos chinos un uniforme encantador. Así reconocía yo cuando iba a jugar aquel de la melena alborotada y al aire, aquel que sería por siempre, mi definición de Football Americano.
Mi decisión venia a bordo de un jersey #43, que no escatimaba en derribar al contrario, que se abalanzaba sobre sus oponentes, incluso volaba sobre ellos para alcanzar su objetivo. Escuchaba a mi papa ovacionar al verlo contener a las ofensivas, al ver a los equipos hacer 3era y out.
Yo poco sabía de reglas, estadísticas, estrategias, solo miraba como una bestia atacaba a su presa.
Ahí fue, el fue. Troy Polamalu.
A mis 14 años y desconociendo todo excepto a él, supe a qué equipo seguiría. Steelers, a quienes un año después les vi coronarse en el Ford Field. El pacto estaba sellado.
Pero no fue sino hasta 2013 que tuve la oportunidad de adentrarme al deporte como tal, participé desde entonces en una liga de football flag femenil, donde mi pasión por el equipo se fue forjando a la par de mis nuevos conocimientos.
Para mi suerte, Troy seguía ahí, en Pittsburgh, pude no solo verlo, ahora lo entendía, ahora lo admiraba aún más. Por desgracia nunca lo pude ver jugar, pero me dejó algo que me marcó para siempre. Mi amor por mi equipo, mi amor por el deporte, mi amor por Pittsburgh.