Cuando los Pittsburgh Steelers aterrizaron en Barcelona en el verano de 1993, la gran mayoría de la población aficionada (muy poca en aquellos tiempos comparada con hoy) que acudió al aeropuerto de El Prat contempló por primera vez a esos hombres que en la pantalla del televisor más parecían monstruos que humanos. Este viaje tenía como motivo un partido de las extintas American Bowls, encuentros de pretemporada que la NFL se llevaba por el mundo para difundir la marca. En aquella ocasión, los dos equipos que se vieron las caras el 1 de agosto en el Olímpico de Montjuic fueron dos de las franquicias con las historias más gloriosas de la era Superbowl, los ya mencionados acereros y los San Francisco 49ers. Por aquel entonces, los del oeste de Pennsylvania contaban con los 4 anillos cosechados en los 70, mientras que los californianos habían obtenido el mismo número en la década posterior de la mano del gran Joe Montana y Bill Walsh.
Si bien es cierto que, siendo un partido de pretemporada, las estrellas en el campo fueron pocas, ambos equipos comenzaban la que a posteriori fue una gran temporada para ambos. Los Steelers llegaron al partido por el campeonato de la AFC, el cuál perdieron contra unos San Diego Chargers que, efectivamente, fueron vapuleados por los San Francisco 49ers de Steve Young en la SuperBowl.
Cuenta el gran Rafa Cervera en un artículo en el Diario As de hace unos años que lo que más destacaría de los aficionados de los Steelers y de poder cubrir aquel acontecimiento, viaje a USA previo incluido, es lo familiar que resulta el trato del equipo con su afición. Y razón no le falta.
Sin duda, una de las cosas que más sorprende de cómo se trata el deporte en Estados Unidos a diferencia de Europa, es la poca restricción respecto al acceso a los protagonistas. Imágenes de un jugador respondiendo a preguntas de la prensa en el mismo vestuario mientras otro compañero se quita las protecciones, son situaciones impensables para la concepción deportiva europea. Esto conlleva a que aquellas personas no familiarizadas le otorguen rápido un nombre a todo ese entramado. Espectáculo.
Muchos de los periodistas españoles que han podido viajar a cubrir grandes eventos como la Superbowl nos confirman todo esto. El deporte en EEUU es un espectáculo, y es eso lo que nos intentan vender en todo momento. Ya antes del mismo pitido inicial tenemos toda la parafernalia que rodea el “tailgating” (concentraciones de aficionados previas al partido en los alrededores del estadio), pasando por exhibiciones e interacciones con el público, tradiciones a cada cual más bonita y espectacular (entre ellas, me dejaréis barrer para casa y destacar a todo el Heinz Field hondeando las Terrible Towels con la entrada al campo del equipo), himnos, bandas de música en el caso de la NCAA, y un largo etcétera.
Sí, amigos, el espectáculo. Por supuesto no soy ni el primero ni el último que hablará de esto, ni tampoco pretendo quedarme aquí. La NFL, en su afán de convertir todo lo que le rodea en oro, trata el Draft como lo que es, seguramente (y sin el seguramente), la segunda noche más importante del año con permiso de la Superbowl. Por ello, desde hace un par de años, el lugar donde se celebra va cambiando, otorgando a una ciudad la oportunidad de albergar durante tres intensos días las miradas de millones de seguidores. El jueves, con la celebración de la 1ª ronda, se vive el momento álgido del evento. Grandes prospects conocidos ya por todos, que esperan a ser llamados en la Green Room o sala contigua al escenario para que les comuniquen que su sueño de ser jugador profesional se ha hecho realidad, suben al escenario para recibir de la mano de Roger Goodell la camiseta del que será su equipo los próximos años. Previo a esto, miles de movimientos de llamadas, propuestas de trades, tweets de aficionados demandando que su equipo seleccione a tal QB porque su juego de pies (ha escuchado) es excepcional, mofas entre aficiones por robos en drafts pasados, discusiones de mocks sobre qué debe seleccionar con el pick 186 su General Manager y, de nuevo, un largo y largo etcétera. Pero este año no va a ser un año corriente.
La llegada de la pandemia del Covid-19 a EEUU ha provocado que se detenga por completo el deporte, lo que conlleva a que el Draft 2020 no se vaya a poder celebrar de forma presencial como de costumbre. Pero es ahora cuando más falta hace el entretenimiento, y es ahí donde de nuevo entra el espectáculo de la NFL. El próximo 23 de abril, las 32 franquicias se enfrentarán al draft más diferente pero a la vez necesario de la historia de la liga. Seguramente conozcamos telemáticamente a quién eligen nuestros Pittsburgh Steelers con el #49 del draft. ¿Cómo? ¿Que creéis que ya lo sabéis? Bueno, tranquilos que hasta el último momento se encargaran de que tengáis una duda, por muy mínima que sea. Porque de eso trata esto.
Tal vez este año no podamos ver a grupos de música tocar como el año pasado en Nashville, a exjugadores anunciando el pick de su equipo o a nuestro querido Ryan Shazier saliendo al escenario por su propio pie. Pero sabéis, seguro que esta vez, el espectáculo que nos brindan, por pequeño que sea, consigue darle un motivo de alegría o desconexión a más de un aficionado que se encuentre confinado luchando contra el virus. Por ahora, esos superhombres que creímos ver en 1993, debemos ser nosotros para poder ganar este partido.
Porque esto pasará, y nuestro deporte favorito seguirá adelante, dándonos motivos por los que reír a carcajadas, rabiar o llorar de emoción. Mientras, el 23 de abril tenemos la próxima cita clave para el futuro de nuestra franquicia. Con el permiso de Queen, Show must go on.