Me pregunta Sergio Moreno porqué soy de los Steelers. No puedo responder cabalmente si no explico antes como llegué al football. Las primeras imágenes que guardo en mi memoria de un partido de este bendito deporte pertenecen al XIX Super Bowl, celebrada en el Stanford Stadium el 20 de enero de 1985, que enfrentó a los 49ers y a los Dolphins. Estas imágenes, si no me falla la memoria, las ví sin embargo casi un año después, cuando a través de un amigo común, tuve la ocasión de conocer a un muchacho norteamericano, cuyo padre estaba destinado en el 613th Tactical Fighter Squadron con base en Torrejón y que durante aquellas navidades, nos invitó a conocer las, para nosotros, exquisiteces del economato de la base –Dr. Pepper, Hershey’s, Cherry Coke, Big Red, Lucky americano…- a la vez que nos ponía vídeos de la NFL y la NBA.
Todo esto viene a cuento de que aún recuerdo vivamente como el padre de este chico, me explicó en un castellano francamente mejorable, las reglas básicas de un deporte del que, por aquel entonces, mi única noción era la ofrecida por el film Domingo Negro (1977, Frankenheimer), que trataba sobre un ataque terrorista durante el X Super Bowl…
Sí, exactamente, el partido que me convirtió en acerero para siempre. El 18 de enero de 1976 se disputó en el Orange Bowl de Miami la final entre Dallas y Pittsburgh, encuentro que tuve ocasión de ver diez años después, en aquellos fines de semana en modo Betamax en la base de utilización conjunta. En aquellos años, los epatados telespectadores españoles raramente escapaban del férreo proselitismo que ejercían los Bird y Magic en la NBA o los Marino, Montana o Elway en la aún más exótica NFL. Sin embargo, aquella tarde, se cruzó en mi vida un tipo hosco, mellado, ceñudo, torvo, cerril que, sin embargo, me atrapó para siempre para sus colores. Y no lo hizo con un pase milimetrado, con la plasticidad de una finta, con un cambio de dirección quebrador, con un retorno de dibujos animados o con una recepción acrobática. Ni mucho menos. Fue con una acción extradeportiva que sintetizaba una manera de ser, que reflejaba una forma de entender la vida.
Jack Harold Lambert, el larguirucho granjero de la insignificante Mantua de Ohio y linebacker de segundo año, se había perdido sólo un partido durante la campaña de 1975, en concreto, el último de la pretemporada a disputar en el Texas Stadium contra Dallas precisamente. La razón, una torcedura de tobillo a causa de su inefable aldeanismo. Lambert no tuvo mejor que idea que celebrar su primer viaje al Estado de la Estrella Solitaria vistiéndose como un tejano y, consecuentemente, se calzó unas Justin’s, las clásicas botas chúpamelapuntarráscameeltacón, con tan mala suerte que pisó mal, produciéndose un esguince. De manera que ese no-partido de preseason ante los Cowboys -que perdieron los Steelers, por cierto, 17-16- lo tenía clavado como una espina. Ni que decir tiene que Jack no se puso sus botas vaqueras para viajar a Miami: «Iré descalzo o usaré zapatillas de deporte», prometió.
La semana previa al Super Bowl, el equipo texano se abonó al trash talk contra los Steelers, desde Landry a Staubach, pasando por White, Harris o Ditka, en el staff técnico de los Boys. Que si Cincinnati u Oakland era en realidad los mejores conjuntos de la AFC; que si Swann no debería jugar por su estado físico; que si el juego de Pittsburgh era muy tosco; que la Steel Curtain se iba a enfrentar por fin a una ofensiva solvente, etc…Y parece que llevaban razón. El partido comenzó con un touchdown de Dallas después de un fumble del punter Bobby Walden. Nótese que ese touchdown era el primero que la defensa de los Steelers permitía en el primer cuarto en toda la temporada. No obstante, el once de Noll reaccionó magníficamente con una jugada de engaño que convirtió el tigh end Randy Grossman.
Nada más iniciarse el segundo periodo, los Cowboys anotan un field goal, manteniéndose el tanteo estable durante todo el periodo. A falta de 3:47, Bradshaw está en una situación muy comprometida en su propia 6, pero logra conectar con Swann en una de las más asombrosas recepciones de la historia de los Super Bowls, colocando al equipo en la 37 vaquera. Ganancia que sin embargo no es aprovechada al fallar Ray Gerela a falta de 22 segundos el field goal de 36 yardas. 10-7 para los texanos en el descanso.
Reiniciado el encuentro, los Steelers vuelven a malgastar una buena oportunidad de anotación al malograr Gerela su segundo field goal, esta vez de 33 yardas. Captain Crash Harris, el implacable free safety de Dallas, se acerca ufano al desolado Gerela dándole unos golpecitos en el casco: «Buen trabajo. Nos estás ayudando». En ese momento, los Cowboys perdieron el partido. Fuerzas telúricas inadvertidas se desencadenaron en la península de Florida, encarnándose en el joven dorsal #58, quien agarró de las hombreras al jactancioso Harris, lo volteó, arrojándole finalmente con violencia sobre el turf. «Cuando veo injusticia, trato de hacer algo al respecto», dijo Lambert al finalizar el choque. El juez de línea Jack Fette no pudo sustraerse a ese gesto de justicia material y no expulsó a ninguno de los dos del partido: No hurt, no fault.
Ya en el último cuarto, Harrison bloqueó un punt tejano logrando un safety, Gerela anotó dos de sus tres field goal y Swann finiquitó el partido con otra recepción convertida en seis puntos. Y claro, Jack Lambert. Los de menos fueron los 14 tackles y la constante presión ejercida sobre el Capitán América Staubach, que sufrió nada menos que siete sacks y tres intercepciones. Lo realmente grandioso de aquella tarde en Miami fue que con sólo 23 años demostró una madurez y unos valores impropios de alguien de esa edad y en ese majestuoso entorno, respondiendo a una falta de deportividad y de respeto con una reacción que bien pudo costarle una descalificación deportiva pero que lo calificó humanamente para siempre. «Jack Lambert», dijo Noll, «es un defensor de lo que es correcto».
A menudo he pensado que el vigoroso sentido de la justicia evidenciado por Jack Lambert no sólo es la respuesta a porqué me hice steeler, sino también una influencia notable en mi posterior vocación profesional. Permíteme Sergio que termine haciendo mías las palabras que, el 4 de agosto de 1990, al recibir la chaqueta dorada y el busto en Canton, Lambert pronunciara: «If I could start my life all over again, I would be a professional football player, and you damn well better believe I would be a Pittsburgh Steeler». Amén.