Mi historia de amor con los Steelers estaba destinada a ocurrir desde que nací
Resulta inconcebible cómo, llevando ya un buen tiempo en el noble proyecto de Cortina de Acero, nunca he explicado mi historia de amor con los Steelers y mi motivo de ser un acerero más. Dicha historia es especialmente particular, pudiendo incluso afirmar que, de una forma u otra, estaba destinado a ser de este equipo desde el momento en que nací.
Nacido en Bilbao, soy de una zona del mundo donde el fútbol es pasión y sentimiento. En el sitio de donde vengo y crecí, el Athletic de Bilbao es una tradición que se transmite de familia en familia, una idea de entender el fútbol distinta y que, en cierto modo, nos hace únicos. Mis aitites – abuelos- la trasladaron a mi aita – padre– y ama – madre– y, consecuentemente, ellos a mí. Paradójicamente y a día de hoy, un servidor sufre infinitamente más viendo un partido de un equipo de Pensilvania a miles de kilómetros de su casa que uno del equipo de su vida y su familia.
Mi familia quizá no lo comprenda, pero existe un tipo de conexión por la que de una forma u otra yo debía estar ligado al equipo del acero; dejad que me explique. No os descubro nada al recordaros que Pittsburgh forma parte de la región que en Estados Unidos se conoce y conoció como Rust Belt o cordón/cinturón industrial. Una zona que abarcaba el nordeste y medio oeste del país y que estaba caracterizada por su profunda naturaleza industrial en el siglo XIX e inicio del XX y un declive al final de este. La industria, y más concretamente la del acero, no resulta desconocida a alguien de Euskadi y más en concreto con familia vizcaína.
Bilbao y Pittsburgh, dos ciudades hermanas
Bilbao y Pittsburgh son ciudades hermanas desde los años 70. No en vano, un 22 de mayo de 1961 se haría acto de entrega en el «Botxo» de la llave de la ciudad de Bilbao a Pittsburgh. A partir de ahí, numerosas relaciones mercantiles se producirían en dos ciudades tan importantes para la industria acerera como ellas.
En ese sentido, mi aitite trabajó toda su vida en una de las fábricas de acero más grandes del país, Aceros de Llodio – sí, como el chiste-. El acero, la industria, las fábricas y el trabajo duro es algo que siempre ha estado presente en mi familia y en muchas de la zona. Un carácter que nos une con la ciudad de Pittsburgh y su gente; una pasión y una disciplina distinta que provoca que las familias de una y otra región estén moldeadas de forma semejante.
Con todo ese contexto llegué yo a este bonito deporte una plácida noche de febrero del 2014 con el Super Bowl 48 que enfrentó a los Seattle Seahawks y los Denver Broncos en Nueva Jersey. Fue la primera vez que un Super Bowl se celebró en un estadio abierto en una ciudad no cálida. Fue también el primer partido de football americano que vi en mi vida. Pese a la paliza y la holgada victoria de los Seahawks, encontré para mi sorpresa no sólo un deporte espectacular y eléctrico sino enormemente táctico.
Por primera vez en mi vida pude escoger qué equipo quería apoyar. Ese año estudié todo sobre el deporte: ciudades, franquicias, aficiones e incluso vestimentas. El color negro y dorado, ser una franquicia histórica y toda esa conexión mencionada anteriormente entre Pittsburgh y Bilbao provocó que la decisión fuera realmente sencilla. Para más inri, uno de mis artistas favoritos en aquél momento era nativo de Pittsburgh y fiel seguidor de los Steelers (Mac Miller).

Por esa historia, por ese pundonor, por una ciudad que arropa a su equipo y por una cultura del trabajo que me ha tocado vivir siempre de cerca es que me hice aficionado de este equipo. Un equipo con el que sufro cada domingo frente al televisor pese a estar a más de 6000 kilómetros, pero un equipo con el que, como he dicho al inicio del artículo, mantengo una conexión especial.
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