Cuando comencé a ver partidos de los Steelers, siempre en pequeñas dosis, no tenía ningún conocimiento de fútbol americano, pero recuerdo que un nombre me llamó la atención… FARRIOR. Cada vez que un jugador contrario intentaba avanzar con la pelota en la mano, ese tipo lo tiraba al suelo. Me encantaba el nombre, me parecía un apellido poderoso, nunca lo había escuchado antes.
También me sorprendía Ward, que siempre atrapaba el balón, y mi favorito, Jerome Bettis, que avanzaba siempre varios metros, aunque tuviese que aplastar a alguien por el camino. Pero pasaron los años sin que le prestara mucha atención y, de hecho, el primer partido que vi al completo fue la Super Bowl contra Seattle Seahawks.

Me hizo ilusión comprobar que seguían en el equipo los jugadores que me sonaban, como Ward y Bettis, al que no paraban de enfocar las cámaras, porque era su último partido. El quarterback era ese chaval joven con apellido de alemán, y la estrella era el de los rizos, Polamalu, pero lo que realmente me gustó, fue comprobar que todavía estaba Farrior tirando contrarios al suelo.
Gradualmente fue creciendo mi interés por los Steelers, y por supuesto, estuve de nuevo despierto para verlos en otra Super Bowl, esta vez contra los Arizona Cardinals.
A esas alturas, ya sabía quién era Roethlisberger, y mi conocimiento del juego me permitió disfrutar del partido de forma distinta. Allí seguían Ward y Farrior, como parte de mi colección imaginaria de jugadores que me gustaban.
Después de aquel final apoteósico, quedé totalmente enganchado a los Steelers, en una espiral de interés que no para de crecer año tras año.

Aunque la sensación es que Farrior jugó toda su carrera como acerero, no fue así. Elegido en la octava selección general del draft de 1997 por los New York Jets. Allí estuvo durante su contrato rookie jugando de manera intermitente, y haciendo su mejor temporada en su último año rookie, como suele pasar la mayoría de las veces. No fue suficiente para los Jets que lo dejaron caer a la agencia libre. Lo estaban esperando los Steelers, que lo firmaron y donde supieron colocarlo sobre el campo en la posición de ILB, para explotar todo su potencial.
Líder histórico en Tackles de la franquicia desde que en los noventa se implementó la estadística, y dos apariciones en el Pro Bowl, que se me antojan pocas. Farrior se perdió poquísimos partidos durante sus diez temporadas en Pittsburgh, y capitaneó al equipo como piedra angular de la defensa que hizo de puente entre el equipo de Cowher y el de Tomlin.

Cuando el joven Tomlin llegó al equipo, se encontró que tan sólo había dos años de diferencia entre él y su capitán defensivo.
El 1 de octubre de 1994, Farrior era una estrella en la Universidad de Virginia, y Tomlin era receptor de la desconocida William & Mary, cuando se enfrentaron en un terreno de juego. Para Virginia siempre se trató de un partido sin importancia, un mero trámite que les servía de calentamiento.
Tomlin no lo hizo mal, logrando 4 recepciones para 58 yardas en la más que esperada derrota por 37-3.
“Recuerdo una jugada en la que Farrior interceptó una pelota que estaba destinada a mí a unas 18 yardas en el medio del campo, me revolví y salté a un lado de su casco para conseguir un tackle sobre él” cuenta orgulloso Tomlin cuando se le pregunta por el enfrentamiento.
“Hubiera intentado arrancarle la cabeza si hubiera sabido esto en el pasado” bromeaba Farrior delante de su entrenador.
Lo cierto es que la presencia de Tomlin provocó respeto en el vestuario de inmediato. Se ganó al equipo que había sido dirigido por Cowher durante los últimos 15 años. La excelente relación con el super profesional Farrior, tuvo mucho que ver.
Cuando echo la vista atrás para recordar mis primeros años como fan de Steelers, me acuerdo de los grandes, por supuesto: Jerome Bettis, Hines Ward, Heath Miller, Polamalu, James Harrison… etc.
Pero guardo un recuerdo especial por un tipo que me encantaba, con nombre de guerrero… James Farrior.