No se alarmen. No voy a conjeturar sobre si Kevin Colbert y su equipo han acertado o no con las selecciones efectuadas en este draft ¿Será Claypool el nuevo Antonio? ¿Highsmith hará olvidar a Shazier? ¿McFarland aportará solidez al juego terrestre? ¿Brooks Jr. dignificará por fin la secundaria? No tengo la menor idea. Para responder a estas preguntas hay en este blog y podcast analistas con mucho más conocimiento y solvencia que yo. Y es que, al margen del trabajo técnico y prospectivo necesario para que una elección no se frustre, en este negocio hay, qué duda cabe, un factor aleatorio ineludible. Y, créanme, en Pittsburgh lo saben mejor que nadie.
La franquicia acerera, a lo largo de su historia, ha tenido la opción de elegir en primer lugar en un draft en tres ocasiones. En dos de ellas, el joven elegido acabó su carrera con un busto en Canton y una chaqueta amarilla en su armario. En la restante, aún es la única vez en la historia que un defensive back ha sido pick #1. Ahora bien, no todo ha sido un camino de rosas en materia de configuración de rosters. Ningún aficionado de la Steelers Nation podrá olvidar fácilmente como se cortó al Dios Unitas, se dejó pasar a Jim Brown o que se empleó una primera ronda para seleccionar al desdichado Gabriel Rivera en vez de a Dan Marino, más acerero que la Burnt Almond Torte. En Pittsburgh son así.
El Palmer House Hotel de Chicago fue el escenario donde en 1942, Art Rooney abría el draft por vez primera para los Steelers. La verdad sea dicha, en esta ocasión, la elección estaba cantada, no en vano, las prestaciones de Bill Dudley en Virginia, rompiendo records y acumulando galardones, vaticinaba ser el pick 1 sí o sí, como finalmente fue. En su temporada como rookie en el Forbes Field, lideró el equipo de forma asombrosa en facetas tan distintas como yardas de carrera, pases completados, retornos o punts. Tras ser llamado a filas ese mismo año, es adscrito en el Army Football Team, llevándoles a un record de 12-0. En 1944 embarca para combatir en el escenario bélico del Pacífico. En su retorno a Pittsburgh, su nivel de juego no solo no decayó, sino que explotó definitivamente, convirtiéndose en el primer jugador en obtener un MVP en categorías universitarias, militar y profesional. En 1946 fue traspasado a los Lions, donde jugó hasta 1949, cuando recaló en DC hasta 1953, fecha de su retirada.
La segunda ocasión en que los Steelers estuvieron en lo alto de la pizarra fue en 1956, esta vez en el Bellevue-Stratford Hotel de Filadelfia, en el que eligieron al polivalente jugador de la Universidad del Estado de Colorado, Gary Glick, insistimos, el único defensive back seleccionado como primera opción. Tras cuatro temporadas bajo las batutas de Kiesling y Parker, jugó en Baltimore, Washington y San Diego, donde logró el título de AFL en 1963.
Y la última vez que la franquicia ha tenido la responsabilidad de iniciar el draft fue en el año 1970. Y nunca, en la historia del draft, la fortuna de la que hablábamos al inicio, ha tenido una incidencia tan medular como la tuvo en aquella ocasión.
A pesar de que en la temporada anterior habían llegado al Pitt Stadium Chuck Noll, «Mean Joe» Greene, LC Greenwood, y el director de relaciones públicas Joe Gordon, tras la ficción de la primera victoria sobre Detroit, el equipo encadenó después trece derrotas de manera consecutiva, convirtiéndose en el primer equipo en la historia de la NFL desde los Eagles de 1936 en caer tan bajo, igualado en 2001 los Carolina Panthers, que aún perdieron dos más incluso. La clasificación en la conocida por entonces como Century Division quedó así:
Sin embargo, ese nefasto balance no fue el peor de la liga, de hecho en la Central Division, otro conjunto señero como los Bears de Halas, presentaron la misma tarjeta:
Aplicando el actual reglamento competitivo, los Steelers habrían sido automáticamente designados como los primeros electores del draft, ya que Chicago venció 38 a 7 a los de Pittsburgh en la semana 8 en Wrigley Field. Pero en 1969 este criterio para desempatar no estaba previsto y el que había era mucho más prosaico: una moneda al aire.
Así que el 9 de enero de 1970 (yo tenía exactamente cuatro días de vida, así que fui testigo de aquel momento histórico, lean, lean), el hotel Fairmont de Nueva Orleans iba a ser el escenario del coin toss que seguramente cambió la historia de este deporte. Pete Rozelle, el comisionado de la NFL, acompañado de su ayudante, Jim Kensil, estaba listo para lanzar la moneda, cuando Dan Rooney le dijo a Ed McCaskey, el yerno de George Halas:
– Go ahead, you call it.
El de Chicago eligió cara y el dólar de plata de 1921 cayó cruz. Bum. El rubio de Louisiana Tech estaba en el bote. Y es que la primera elección de ese año no tenía ningún secreto: el brazo nuclear propiedad de Terry Bradshaw sería el #1. Esa noche, Art Rooney cenó con el atribulado McCaskey, a quien el Chief le dijo: «Se supone que eres un tipo astuto. Nunca pidas el primero en el sorteo. Es una jugada tonta».
Pongámonos ahora en modo ucronía, al estilo de las de Philip K. Dick ¿qué hubiera pasado si la moneda hubiera caído cara? Parece incontrovertible que los Bears habrían elegido a Bradshaw -la decepción fue tanta que efectuaron un trade cambiando su segunda elección a los Green Bay Packers- y probablemente no hubiesen tenido que esperar hasta 1977 para meterse en unos playoffs.
De hecho, los únicos quarterbacks seleccionados en las dos primeras rondas de aquel año fueron Mike Phipps de Purdue, en tercer lugar por los Browns; Dennis Shaw de San Diego State y Bill Cappleman de Florida State, quienes fueron reclutados en los puestos trigésimo y quincuagésimo primero por los Bills y Vikings, respectivamente. Cappleman tiene un record de 0-1 en TD e INT y Shaw nunca respondió a las expectativas de su primer y brillante año. Phipps fue también una decepción relativa para Cleveland, donde terminó su carrera con 55 touchdowns y 108 intercepciones.
Por tanto y con toda seguridad, los Steelers no hubieren malgastado una valiosa segunda selección de primera ronda en esos quarterbacks, continuando con sus Terry Hanratty y Dick Shiner como mariscales, eligiendo en esa primera ronda, por ejemplo, a un Ken Burrough de Texas Southern, quien tuvo una carrera digna con los Houston Oilers, donde fue dos veces Pro-Bowler, y perseverando en construir lo que finalmente se convertiría en la Steel Curtain, dominadora física y estadísticamente de los años 70, cuya piedra angular ya la habían encontrado en Joe Greene el año anterior. Por ello, lo lógico es que ese draft de 1970 se hubiese enfocado, a falta de un pick #1, con la elección de un tackle defensivo para solidificar aún más ese front. De hecho, el ochenta por ciento de las elecciones de aquel draft fueron elementos defensivos, entre ellos, el glorioso Mel Blount en tercera ronda.
En cualquier caso, es difícil pensar que cualquiera de esas opciones alternativas hubiera reportado a la franquicia el valor añadido que supuso la llegada de Bradshaw a un equipo que en entre 1965 y 1969 había tenido ocho quarterbacks diferentes. Ni en Cleveland, por el amor de Dios.
Volvamos a la realidad. Y no fue otra que el 27 de enero de 1970, en el Belmont Plaza de Nueva York, los Steelers elegían a Bradshaw como número uno. A la misma hora, 1.146 millas al sur, un despreocupado pick#1 se subía a su camioneta para pescar en el Lago Cross de Shrevenport, pues como el propio Terry dice «El draft no era gran cosa por entonces». Además, que en 1970 te eligieran los Steelers como #1, era como si en 2004 lo hubieran hecho los Chargers. La diferencia es que Bradshaw se quedó. Nueve años después de aquella moneda al aire, tenía cuatro anillos en los dedos y dos Super Bowl MVP en la vitrina.