Just give me a six-pack and 30
minutes to rest and lets go out
and play ‘em again
Jack Lambert, minutos después de perder la final de Conferencia ante Oakland (1976)
Mucho se va a conjeturar esta off season acerca de si Kenny Pickett, en su segunda temporada, se consolidará o no como el quarterback sobre el que reconstruir la franquicia tras la salida de un mito irremplazable como fue Big Ben. Ahora bien, desde mi punto de vista, y arrastrados por la tendencia unidimensional que lamentablemente el football viene desarrollando en los últimos años, creo que sería un error estratégico poner todos los huevos en la cesta del joven panther, en la creencia que únicamente los anillos volverán a TitleTown merced al tío que pasa el balón. Y es que en la ciudad del acero no es la primera vez que se gana sin quarterback.
En efecto, la temporada de 1976 empezaba prometedoramente con la boda entre Jack y Rebecca Pearson el 15 de mayo de ese mismo año y con un milestone extraordinariamente atractivo para el conjunto acerero. No en vano, tras ganar las dos anteriores Super Bowls, estaba en condiciones de convertirse en el primer equipo en lograr un triplete –three in a row que al día de hoy aún no se ha logrado- y que únicamente Green Bay, en la era pre Bowl, lo había conseguido en dos ocasiones (1929-1931 con Lambeau y 1965-1967 con Lombardi).
Ahora bien, muy pronto se vio que esa temporada iba a estar plagada de problemas en forma de lesiones. La maltrecha espalda apartaba desde el inicio al insustituible Mean Joe Green de la Steel Curtain y detrás de él, piezas elementales como Larry Brown, Gordon Gravelle, Dwight White, Lynn Swann o John Stallworth se caían del Depth Chart por diferentes problemas físicos. La guinda a tanta desgracia aconteció el 10 de octubre de 1976, quinta semana de competición, en el Cleveland Municipal Stadium, cuando Joe “Turkey” Jones, defensive end local, en el último periodo y después de librarse del lineman Larry Brown, alcanzó a Terry Bradshaw, lo rodeó con los brazos, lo elevó y de manera absolutamente absurda, innecesaria y desproporcionada, habiendo pitado ya los árbitros, lo lanzó contra el suelo, golpeándose el quarterback la cabeza y el cuello sobre la hierba en un escalofriante slamdown, más propio del catch que del football.
El panorama para el conjunto de Noll era peliagudo. En ese instante de la fase regular presentaban un balance de 1-4, con el factor añadido de encontrarse sin quarterback titular, y con una IL hasta los topes. Afortunadamente para los Steelers, en 1976 contaban no sólo el mejor linebacker de todos los tiempos, sino también con uno de los más grandes y carismáticos líderes que ha conocido la NFL y el deporte en general en su historia. De manera que Jack Lambert, acreedor de los referidos adjetivos, reunió a la plantilla sin la presencia del staff técnico, y les dijo: «hijos de la gran puta, si queremos defender los dos anillos que llevamos en la mano, la única manera de hacerlo es rompiéndonos los huevos en defensa y demostrando que somos capaces de ganar nueve partidos seguidos sin quarterback, sin Green y sin wide receivers. Si no sois capaces de hacerlo, yo mismo me encargaré de romperos los dedos donde inmerecidamente lucís las sortijas, madefakas». O algo así.
Lo cierto es que a partir de la semana sexta, empezó a forjarse lo que ha sido la más extraordinaria perfomance defensiva de la historia de este deporte, auxiliada, eso sí, por un novato a quien no le tembló el pulso en el pocket y dos runningbacks que dieron lo mejor de sí mismos en esa prodigiosa serie de nueve partidos seguidos, no sólo sin conocer la derrota, sino desarbolando de manera inmisericorde los ataques rivales. En efecto, la lesión de Bradshaw obligó al debutante procedente del Boston College, Mike Kruczek, a asumir la responsabilidad de dirigir la ofensiva de los bicampeones, lo que hizo de manera excepcional, no en vano, estableció durante esa temporada el mejor balance de un quarterback titular de primer año, con 6-0, récord que se mantuvo vigente durante 28 años, hasta que un tal Benjamin Todd Roethlisberger lo pulverizó en 2004 con aquel tremendo 13-0, igualado en 2016 por Prescott.
Como decíamos, no fue menor la aportación a este éxito del aplastante juego terrestre marca de la casa. Franco Harris ya era un semidiós en el Three Rivers Stadium tras la Inmaculate Reception de 1972, y sus más de 4.000 yardas de carrera en cuatro años, pero es que su pareja de baile en el backfield no era tampoco un piernas –nunca mejor dicho, por cierto, como a continuación veremos-.
Drafteado en 1968 con el número 417 por Pittsburgh, en mayo de 1969 de ese mismo año, Rocky Bleier se encuadra como voluntario en la 196ª Brigada de Infantería Ligera con destino a Heip Duc, Vietnam, donde el 20 de agosto es herido en un muslo izquierdo por impacto de bala y en la pantorrilla derecha por metralla procedente de una granada. Convaleciente en el hospital militar de Tokyo, con una Estrella de Bronce y un Corazón de Púrpura en la pechera, los médicos no auguraban ningún futuro deportivo a Bleier. Sin embargo, en esos días, recibió una carta de Art Rooney, en la que le decía «Rock – the team’s not doing well. We need you. Art Rooney».
Al año de resultar herido, vuelve a trabajar en la pretemporada en Latrobe, eso sí, con una alarmante perdida de peso y dolores crónicos en su piernas. Tras dos años de extraordinario sacrificio y cerca de ser cortado en dos ocasiones, su perseverancia le hace en 1974 acreedor de ser incluido en la lista de activos con el dorsal 20, logrando incluso correr 65 yardas en la Super Bowl ganada ese año a los Vikings. En la temporada de 1976, los dos runningbacks eran conscientes de que las lesiones del Blonde Bomber y de los receptores Swann y Stallworth limitaban severamente el juego de pase del equipo, por lo que al final de la temporada, Harris y Bleier pusieron sobre la mesa 2164 yardas de carrera y 19 touchdowns entre los dos, siendo la segunda pareja de runningbacks en lograr 1.000 yardas en una sola temporda, tras la proeza que en 1972 lograron Morris y Csonka con los Dolphins de Shula.
No obstante, si bien estos números son ciertamente relevantes, lo que hizo la defensa de Steelers durante aquella temporada, es sencillamente irrepetible si atendemos a algo tan objetivable como son los datos estadísticos: 1ª en puntos permitidos, !!138!!; 1ª en yardas concedidas, 3.323; 1ª en primeros downs encajados, 182; 28, sí, he dicho VEINTIOCHO, fueron los puntos que toleraron en los últimos nueve partidos y en cinco de ellos, con un rosco para el adversario; 3.2 yardas permitidas de media por intento, en otras palabras, agarraba el óvalo el runningback de turno, una, dos, tres y y paf!! al suelo. Extraordinario. No debe por tanto sorprendernos que nada menos que ocho de los once titulares de la unidad defensiva –Greenwood, Green, Lambert, Russell, Ham, Blount, Wagner y Edwards- fueran ese año seleccionados para la Pro Bowl. Pero ojo, se quedaron fuera Ernie “Fats” Holmes, Dwight “Mad Dog” White y J.T. Thomas, en otras palabras, la mitad del mejor Front Four de todos los tiempos. Ah, se me olvidaba, el que lideró, arengó y organizó este prodigio deportivo, fue nombrado Defensive Player of the Year con 24 añitos.
Terminada la temporada regular con un balance de 10-4 –ojo, el nivel de la AFC Central ese año fue brutal, los Bengals de Ken Anderson terminaron 10-4 también; los Browns de Brian Sipe 9-5 y los inolvidables Oilers del iconoclasta Pastorini, 5-9, que en ningún momento se dejaron ir-, en la eliminatoria Divisional les esperan en el Memorial Stadium de Baltimore los Colts dirigidos por Ted Marchibroda, que presentaban un temible balance de 11-3. Los Steelers recuperaban a Bradshaw, Swann y Stallworth, con lo que la amenaza del backfield se duplicaba, al hacer creíbles los play action del 12 rubicalvo. Los Steelers vencieron 40 a 14 a los Colts pero, cómo no, con un alto coste en forma de lesiones, puesto que nada menos que su aplastante backfield quedaba fuera de juego para su vital partido de Conferencia frente a sus archienemigos de Oakland.
Chuck Noll trató de contrarrestar su falta de juego terrestre en la final de Conferencia, alineando junto a Lynn y Stallworth a sus dos Tight Ends, Cunnigham y Grossman, pero claro, enfrente estaba John Madden, y pronto desactivó el juego de pase de Pittsburgh, sin que en esta ocasión la defensa pudiera ganar por sí sola el partido, aportando únicamente un par de sacks a cargo de Greenwood y Wagner respectivamente, que en ningún momento inquietaron a un Ken Stabler, que confirmó su gran nivel y el de sus Raiders ganando días después la Super Bowl XI frente a Vikings. A pesar de la derrota, Art Rooney, aficionados y muchos comentaristas, han considerado una y otra vez que sin duda, aquel equipo de 1976 han sido los mejores Steelers de la historia, por encima incluso de los que ganaron alguna de las seis Super Bowls que adornan su palmarés.
Bien, estamos de acuerdo, ni Alex Highsmith ni Robert Spillane son Jack Lambert o Jack Ham, pero TJ Watt es infinitamente mejor que Andy Russell. Tampoco Najee ni McFarland tienen el nivel de Franco Harris o de Rocky Bleier; sin embargo, Kenny Pickett tiene mucha mejor pinta que el imberbe Kuczeck cuando agarró el timón, y su sinapsis con Pickens y Freiermuth es acentuadamente fluida. Si Tomlin decide que es hora de dejar a un lado otra temporada con balance positivo, concentrándose en extraer el mejor rendimiento de sus jugadores sin sobrecargar al quarterback con una responsabilidad que aun no merece, estoy seguro que pueden ganar partidos sin la dictadura de un quarterback. Ya lo hicieron una vez. Y los Pearson también, sin Jack, no Lambert, el padre.
.