Hace muchos años hice un viaje por el Languedoc, y en Carcassonne, adquirí un precioso mural, elaborado en papel apergaminado, en el que se trazaban en tipo de letra medieval y de izquierda a derecha y de arriba abajo las dinastías europeas desde el siglo V hasta nuestros días, ordenadas por países, con sus blasones y expuestas de manera cronológica. Una joya que aún conservo. El 4 de julio de 1776, fecha del nacimiento de Estados Unidos como nación independiente, las dinastías europeas llevaban mil doscientos años reinando, batallando y mezclándose endogámicamente. Es natural por tanto que la juventud y la naturaleza política de que se dotó la nación norteamericana la impida haber gozado –o sufrido- de estos linajes milenarios. Como ellos dicen, su parecido más próximo con nuestras dinastías han sido los Kennedy y su Camelot, Martha’s Vineyard. Pero un país tan emprendedor y a la vez tan admirador de nuestro gótico y de nuestras aristocráticas sagas no podía rendirse tan fácilmente y por ello, también se han dotado de alambicados linajes, que si bien carentes del rancio abolengo de los nuestros y de su sangre azul, a los aficionados al football nos ha permitido recrear una suerte de genealogía del juego a través de sus entrenadores jefe (HC), quienes algunos de ellos, han configurado árboles genealógicos que ya quisieran los Habsburgo.
En efecto, es asombroso comprobar como todos y cada uno de los treinta dos HC de la NFL pertenecen con mayor o menor intensidad a uno u otro clan deportivo, estando además de manera casi absoluta, emparentados entre ellos en un grado mayor o menor de afinidad. Y es que las raíces de todos los actuales HC y después de casi ochenta años, siguen residenciándose únicamente en tres grandes HC, de los cuales no solo nacen todas las ramas descendientes con sus respectivas subfamilias, sino que dependiendo de en cual se ubique el HC descendiente, podremos casi sin error –y sin perjuicio de las ineludibles ponderaciones que estos juicios de valor admiten- determinar su concepción del juego. Estos tres Pater Conditores serían: Steve Owen (1898–1964) el mítico mascador de tabaco que introdujo la “A Formation” en sus increíbles veintitrés años como HC de los Giants; Paul Brown (1908-1991), figura esencial en el desarrollo del juego defensivo y alma de los Browns y los Bengals durante casi treinta años y Sid Gillman (1911-2003), el revolucionario del football que introdujo la verticalidad en el pase, cambiando para siempre el concepto ofensivo del juego y convirtiendo este deporte en lo que ahora conocemos.
Cuento todo esto porque, un día después de que sus queridos Chiefs se estrellaran en Tampa, uno de esos grandes aristócratas de la NFL nos dejaba en Carolina del Norte tras un devastador Alzheimer que padecía desde 2016. Marty Schottenheimer ha sido, sin duda, uno de los grandes entrenadores de la historia de la NFL, cuando, además, lo más cerca que estuvo de un trofeo Lombardi fue el Conferencial de 1993 que perdió ante los Bills de Levy, lo que tiene aún más mérito. Pero, además, ha sido uno de los más prolíficos creadores de sagas técnicas. Y aunque nunca entrenó a los Steelers, su vinculación personal y profesional con el universo del acero fue acentuadamente poderosa.
Y es que Marty nació y creció en Canonsburg, apenas a quince kilómetros del centro de Pittsburgh y criadero de linebackers de la NFL como Mike Hull, en Miami; Hal Hunter, linebacker y entrenador de OL también en Pittsburgh o finalmente, Dorian O’Daniel, otro linebacker de Kansas. Cómo no, Marty pronto despunta como linebacker, siendo cooptado por los Panthers de John Michelosen en 1961, con quienes jugó hasta 1965, compaginando una brillante carrera sobre el emparrillado con un gran aprovechamiento académico.

Tras su etapa universitaria, es elegido por los Colts de Don Shula en el draft de la NFL de 1965 (el mismo de Joe Namath, Fred Biletnikoff o Dick Buktus) y por los Bills de Saban en el de la AFL, optando por jugar en la franquicia neoyorquina, con quienes ganó el AFL Champsonship Game de 1965, en aquel memorable encuentro en el que vapulearon nada menos que a los Chargers de Gillman por un contundente 23 a 0 en el Balboa Stadium de San Diego. Al siguiente año, también alcanzó el partido final ante los Chiefs, aunque esta vez sucumbieron ante los que serían los primeros defensores de la AFL en el First AFL-NFL World Championship Game que se celebró el 16 de enero de 1967 en el Memorial Stadium de Los Angeles.



En 1969, Schottenheimer es traspasado a los Boston Patriots, donde jugó dos temporadas, entrando en una frustrado canje en julio de 1971 con Mike Haggerty de los Steelers, firmando nuevamente por los Colts, donde no llegó a debutar, retirándose esa misma temporada y orientando su vida laboral en el sector inmobiliario. No obstante, la aparición de 1974 de la World Football League de Gary Davidson, le da una nueva oportunidad deportiva, enrolándose en los Portland Storm como jugador/ entrenador. De allí pasó a los Giants, donde fue también entrenador de linebackers y después coordinador defensivo a las órdenes de Bill Arnsparger, de quien tanto aprendió. Tras dos años en Detroit con Monte Clark, otra extraordinaria fuente de conocimiento defensivo, recala en Cleveland en 1980 como coordinador defensivo, tomando las riendas de la franquicia en 1984 al reemplazar a Sam Rutigliano como entrenador jefe hasta 1988.

La siguiente década la pasa en Arrowhead, donde disputa, como ya dijimos, una final de Conferencia y tres divisionales, teniendo a su hijo Brian como asistente en 1998, su último año allí, tomándose un descanso hasta 2001, año en el que tuvo a sus órdenes a su hermano Kurt como coordinador defensivo de los Redskins. Al año siguiente se muda a la costa oeste para entrenar a los Chargers de Tomlinson, a quienes lleva a los playoffs de 2004 y 2006 con la ayuda otra vez de Brian, quien ejerció como entrenador de quarterbacks. Su carrera en los banquillos culmina como empezó, en una liga alternativa de football, en este caso, dirigiendo desde la banda y desde los despachos a los Virginia Destroyers de la UFL, con quienes, por fin, ganó un campeonato ante Las Vegas Locomotives en 2011, siendo elegido entrenador del año.

En sus veintiuna temporadas como entrenador jefe en la NFL, Schottenheimer dirigió 327 partidos, con un balance positivo de .613 en temporada regular y negativo en playoffs (5-13).
Pero, como decíamos al principio, si un legado verdaderamente enriquecedor ha dejado en la NFL, ha sido su impagable tutorización de una hornada de entrenadores que muchos de ellos han logrado un anillo años después: Bruce Arians (Kansas), Tom Bettis (Kansas), Herm Edwards (Kansas), Cam Cameron (San Diego), Rob Chudzinski (San Diego), Gunter Cunnigham (Kansas), Tom Dungy (Kansas), Herm Edwards (Kansas), Lindy Infante (Browns), Hue Jackson (Washington), Mike McCarthy (Kansas), Wade Philips (San Diego), Al Saunders (Kansas), Art Shell (Kansas), Tony Sparano (Washington) o Marc Trestman (Browns) son todos ellos hijos de Schottenheimer.
Y, claro, a nuestro Bill Cowher. Cuando Marty era el coordinador defensivo de los Cleveland Browns en 1980, los inolvidables Kardiac Kids, entre sus hombres había un linebacker rookie de 23 años que no fue drafteado aquel año: Bill Cowher, dorsal 53 procedente de la universidad de NC State. Tras jugar (poco) dos años en Cleveland, es traspasado a Filadelfia donde jugó todavía menos, pero aún tuvo tiempo para romperle la pierna a Jeff Fisher.

Schottenheimer, ya entrenador en jefe de los Browns, lo contrató como coordinador de equipos especiales en 1985, ascendiendo a entrenador de backs defensivos en 1987 y llevándoselo de la mano a Kansas, donde fue coordinador defensivo de 1989 a 1991. En 1992 sustituyó a Noll en Pittsburgh, enfrentándose desde entonces en ocho ocasiones a su mentor, siete en temporada regular (5-2 para Steelers), y una en playoffs, el inolvidable wild card de 1993 de la prórroga en Arrowhead, con el Dios Montana empatando a 24 y Nick Lowery anotando el field goal de 32 yardas en la OT.

Este pasado 9 de febrero, Cowher escribía esto en su TL de twitter:
It’s hard to put into words what Marty Schottenheimer meant to me. I played for him, I coached for him. He mentored me from the moment I met him. He was an amazing coach, teacher, leader, and most importantly, my friend. My condolences to Pat, Kristen, and Brian. I will always be indebted for the guidance and support he provided. The NFL lost a legend, but heaven has been blessed with a leader. Marty, you always said, There’s a gleam, men! That gleam is and always was, YOU. Rest In Peace, Coach. I LOVE YOU. May your spirit live on forever

Martyball, para los aficionados Pittsburgh, fue otro Unitas, otro Marino, otro McCarthy. Descanse en paz.
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