Este maldito COVID nos birló este verano de la ocasión de disfrutar de un Steelers-Cowboys en el Pro Football Hall of Fame Game que se disputa cada año en Canton y que inaugura tradicionalmente la temporada. Y es que un enfrentamiento entre estas dos franquicias, ya sea en preseason, regular season o postseason, no es moco de pavo: la organización deportiva profesional más valorada económicamente del mundo, el America’s Team, el conjunto que más aficionados aglutina fuera de Estados Unidos, uno de los dos equipos con más Lombardis de la competición, once Super Bowls entre ambos, únicos equipos que han coincidido tres veces en un Super Bowl, cincuenta y nueve bustos en Canton aportados en total, dos ciudades con multicampeones además en baseball, hockey, baloncesto…, y una extraordinaria y enquistada rivalidad que volverá a ponerse de manifiesto este próximo 8 de noviembre en el AT&T Stadium.
Si bien oficialmente el primer duelo entre Cowboys y Steelers data del 24 de septiembre de 1960, cuando en el venerable Cotton Bowl del 1300 Robert B Cullum Blvd de Dallas, los Boys sucumbieron 28-35 ante los Steelers de Buddy Parker, con un Bobby Lane en estado de gracia lanzando para cuatro touchdowns, lo cierto es que el origen del encono entre estas dos franquicias hay que buscarlo nueve años antes. En efecto, tras la temporada de 1951, el propietario de los New York Yanks, Ted Collins, revendió su equipo a la NFL debido a las dificultades financieras para competir en el mismo mercado con los New York Giants. La NFL, teniendo en cuenta el enorme poder de la familia Mara y las dificultades que cualquier franquicia iba a encontrar para hacerse con una cuota de mercado en la ciudad de los rascacielos, decidió trasladar los derechos bien a Dallas-Fort Worth Metroplex o a Baltimore, decantándose los dueños, en una votación de 10-1, por otorgar los activos de los Yanks al grupo de Dallas liderado por Giles Miller en contraposición al emporio de Baltimore, por tres razones fundamentales: el potencial económico de un estado de esas dimensiones y aun sin explotar en su totalidad; en segundo lugar, por la extraordinaria afición al football que existía en aquella región, no en vano, cuatro de los diez conjuntos de la Big 12 eran texanos, con Baylor, TCU, Texas Tec y, desde luego, los Longhorns de Austin. Y, finalmente, por la necesidad de contar con una franquicia que compitiera mediáticamente con los emergentes Texans de la AFL (que luego se convertirían en los Kansas City Chiefs) de la familia Hunt.
Adivinen quien fue el único que votó en contra en aquella reunión. Bingo, Art Rooney, cuyo catolicismo irlandés y su acreditada defensa de los derechos de los afroamericanos le hizo ver, con la clarividencia de la que carecieron el resto de propietarios, que ubicar una franquicia al sur de la Línea Mason-Dixon en aquellos años iba a acarrear problemas, como finalmente ocurrió cuando la presencia de dos los mejores jugadores del roster, George Taliaferro y Buddy Young, ambos de raza negra, provocó que los aficionados texanos despreciaran al equipo no asistiendo a su partidos. Por tanto, antes de la rivalidad deportiva hubo una inocultable rivalidad ideológica entre ambos.
En 1959, en una reunión celebrada en Miami Beach, Clint Murchison y Bedford Wynne fueron finalmente los agraciados con la primera franquicia de expansión de la NFL, aunque les vino impuesta con nombre y todo: Dallas Steers (novillos). Aquel apelativo no satisfizo a sus propietarios y poco después fueron rebautizados como Rangers, el legendario y endémico cuerpo de policía con jurisdicción en el estado de Texas –One riot, One Ranger o el impagable Chuck Norris-. El problema era que también era el nombre de un equipo de baseball de la AAA Minor League Baseball, por lo que el 19 de marzo de 1960 hubieron de renombrar al equipo eligiendo el ya mítico Cowboys. Tres días después, el periodista del Dallas Morning News, Bill Rives, escribiría por vez primera la ya legendaria abreviatura «The Boys» para referirse a ellos.
Tras ese primer partido entre las franquicias, los nuevos Cowboys sufrieron una pésima temporada inaugural, con un espantoso balance de 0-11-1, debiendo esperar a la siguiente temporada para poder disfrutar de la primera victoria de su historia, precisamente ante Steelers, a quienes vencieron esta vez por 27 a 24 en el mismo Cotton Bowl.
A partir de entonces, las trayectorias de las dos franquicias en la década de los sesenta es claramente divergente, con unos Cowboys compitiendo por el campeonato en 1966 y 1967 (derrotados en ambas ocasiones ante los intratables Green Bay Packers de Vince Lombardi, incluida la legendaria y antártica Ice Bowl) mientras que los Steelers deambularían lamentablemente acumulando récords negativos, culminando con un sórdido 1–13 en 1969, cayendo esa temporada ante los Cowboys 7-10 en el Pitt Stadium en la semana 12, en lo que fue su último enfrentamiento antes de la fusión AFL-NFL, recalando los Steelers en la nueva AFC y los Cowboys en la NFC.
En este nuevo escenario competitivo, las dos franquicias dan un definitivo salto de calidad al socaire tanto de sus defensas – la Steel Curtain de Green y la Doomsday de White- y sus ataques, cada uno sostenido en un acento ofensivo, el aéreo de Staubach y sus asombrosas remontadas (Captain Comeback) y el blitzkrieg terrestre liderado por Franco Harris. En esta nueva etapa, las dos franquicias se ven las caras en la cuarta semana de la temporada de 1972 en el Texas Stadium, ganando los Cowboys 17-13. En aquella temporada Steelers alcanzaría por vez primera los playoffs después del milagro inmaculado, perdiendo después el campeonato de la AFC ante Dolphins, mientras que Dallas alcanzó el wild card, donde derrotó a los 49ers, escapándosele asimismo el campeonato de la NFC ante sus odiados rivales divisionales, los Washington Redskins.
Al estar adscritos a conferencias distintas, la única manera de enfrentarse en la postseason tenía que ser necesariamente en el Super Bowl, lo que aconteció en su X edición, celebrado el 18 de enero de 1976 en el Orange Bowl de Miami, con los inolvidables parches del Bicentennial en las camisetas. Lo que ocurrió en aquel primer enfrentamiento por todo lo alto lo conté aquí mismo hace unas semanas .
La efervescencia en la rivalidad se exacerba con ocasión del Super Bowl XIII donde vuelven a enfrentarse en Miami, donde además los vaqueros defendían su anillo del año anterior. Repárese además que para los Boys es la primera vez en la historia que se le daba a un perdedor de Super Bowl la posibilidad de revancha, pugnando ambos por su tercer título y con dos quarterbacks bicampeones a los mandos, Staubach y Bradshaw, quien fue nombrado Jugador Más Valioso del partido, completando 17 de 30 pases para 318 yardas y cuatro touchdowns, superando el anterior récord de Bart Starr e igualando también el pase más largo (75 yardas) que Johnny Unitas había lanzado en el Super Bowl V. En el tercer cuarto los texanos perdían 21-17, con opciones por tanto para las remontadas tan del gusto de Staubach, pero los Steelers anotaron dos touchdowns en un lapso de 19 segundos en el cuarto período a cargo de Harris y Swann, liquidando la final.
Con esos antecedentes, las dos superpotencias vuelven a verse en la temporada regular de 1979 en el Three Rivers Stadium, venciendo Steelers por 14-3 en lo que muchos consideraron como el prólogo de un nuevo duelo en el Super Bowl XIV. Los locales cumplieron, logrando su cuarto anillo ante los Rams, que frustraron la repetición de la anterior final al eliminar a Dallas en el conferencial.
Tras esta competencia en el máximo nivel, la decadencia de ambas franquicias resulta biológicamente inevitable, iniciando un itinerario por el desierto de los años ochenta que culminó cuando en 1986 ambos equipos no comparecen en los playoffs por vez primera desde 1965. Al acabar la temporada de 1988 con un sonrojante balance de 3-13, Jerry Jones despide al legendario Landry y Noll se retira tres temporadas después también con números negativos, 7-9. Con ellos se acababa también una de las etapas más dominadoras de la historia de la NFL. Como curiosidad estadística, el 13 de septiembre de 1982, en el Texas Stadium, los Steelers pusieron fin a la racha ganadora de 17 años que mantenían en su feudo en el partido inaugural, con una victoria por 36-28. Por joder.
Pero estos equipos gozan de un gen competitivo que les permite volver siempre. Los Cowboys ganan tres Super Bowls en los noventa de la mano de su santísima trinidad (Aikman, Smith, Irvin), una de ellas, la XXX, precisamente ante sus odiados Steelers, de quien, por fin, a la tercera va la vencida, lograron vengarse en el Sun Devil de Tempe, con el gran Larry Brown interceptando todo lo que lanzaba Neil O`Donnell. El nivel de excitación generado por esta final se tradujo en que la transmisión de televisión de la NBC rompió el récord de evento deportivo más visto de la historia en la televisión estadounidense, siendo el segundo programa más visto de todos los tiempos, solo detrás del episodio final de MASH.
De la mano de Cowher y a pesar de Tomlin, los Steelers se han mantenido competitivos desde entonces, ganando dos Super Bowls más y perdiendo otra, mientras que los Cowboys no han vuelto a jugar en febrero nunca más, ganando sólo cuatro partidos de playoffs desde 1996. Por tanto, y en resumen, desde aquel lejano 24 de septiembre de 1960 hasta el pasado 13 de noviembre de 2016, en el que Dallas se impuso 35 a 30, se han enfrentado treinta y dos veces, con un balance favorable a los Boys de 17 a 15, aunque en los mollares partidos de postseason, los acereros aventajan dos a uno.
Ahora bien, en esta historia de rivalidad feroz, también ha habido momentos de extraña simbiosis. Ernie Stautner, el primer número oficialmente retirado de los Steelers, después de catorce años en Pittsburgh, se pasó veintidós años como asistente y coordinador defensivo en Dallas, siendo el careador de la Doomsday y forjador de monstruos defensivos como Randy White o Ed Jones. De igual manera, en 1977 los Boys se hicieron con un paisano de Pittsburgh de pura raza como era Tony Dorsett, nacido en Hopewell Township, formado en el instituto Aliquippa del barrio y egresado en los Pitts donde ganó un Heisman, como Dikta o el gran Randy White. En sentido inverso, iconos acereros como Ernie Holmes o el dios Mean Joe Greene nacieron en la Yellow Rose of Texas. Finalmente, y lloro mientras escribo, texano era también Gabriel Rivera, el pick elegido por Noll en el draft de 1983 en lugar de seleccionar a nuestro hijo, Dan Marino…
Los vínculos entre los equipos aun van más allá. La crisis en la industria pesada de Pittsburgh en los años ochenta provocó un éxodo de mano de obra a la zona de Dallas que explica el contrafáctico espectáculo de graderías del Texas o el AT&T Stadium preñadas de terribles towels. Y también a la inversa, ojo. El hallazgo de yacimientos de gas en la zona de la Marcellus Shale en la región metropolitana de Pittsburgh atrajo una significativa cantidad de trabajadores cualificados en la perforación y mantenimiento de pozos, lo que también se nota cuando los Boys visitan Pittsburgh.
En fin, las rivalidades divisionales, regionales o coyunturales están muy bien. Ravens, Bengals, Eagles, Browns, Raiders, Patriots, Redskins (perdón, la franquicia antes llamada Redskins, como Prince), Rams, Packers…son partidos especiales para los aficionados de la estrella y de los hipocicloides, qué duda cabe. Pero los odios atávicos no nacen de la reiteración, sino de los momentos sublimes: Ali-Foreman, Chamberlain-Russell, Greztky-Bossy, Piazza-Clemens, Karpov-Korchnoi, Madrid-Bayern, El Gallo-Belmonte…. Y, en ese sentido, muchas franquicias tienen entre ellas guardadas facturas en sus cajones, pero ninguna de esas las han girado en el clímax de la competición. Una rivalidad cuatrienal forjada sin embargo en el fuego de tres Super Bowl. Nadie se aborrece ni se respeta tanto en la NFL como estos dos equipazos.
¿No sería glorioso superar los seven in a row de 1978 precisamente ante los Vaqueros y en su propia casa? Atentos