De la pequeña localidad irlandesa deNewry, a 55 kilómetros de Belfast, zarparon en 1842 hacia Canadá los jóvenes James y Mary Rooney huyendo de la Gran Hambruna de la Patata que asolaba la isla verde. Instalados en Montreal, allí nació su hijo Arthur, con quien retornaron a Gran Bretaña, concretamente a Ebbw Vale, Gales, donde florecía la industria metalúrgica por aquel entonces. El joven Arthur contrajo allí matrimonio con la también irlandesa y católica Catherine Regan, naciendo de esa unión el pequeño Dan. Los tres emigran de nuevo a Montreal y después a Pittsburgh, donde se instalan definitivamente en 1884.
Un año después y 400 millas al este, el por entonces menesteroso Lower East Side de la ciudad de Nueva York, era el lugar donde residían Elizabeth Harris y el policía irlandés –pleonasmo- John Mara, y en el que en 1887 nacería Timothy, el fundador de la estirpe de los Mara en aquella ciudad.
Pero volvamos a Pensilvania. Allí, Dan Rooney, el segundo de los nueve hijos de Art y Kate, abrió un saloon en la localidad minera de Coulter, en pleno Monongahela Valley, donde conoció a quien sería su esposa, Margaret Murray, la hija de un minero del propio Coulter. De esa relación nació en 1901 nuestro Arthur Joseph Rooney, quien junto con sus padres, se mudaría a un edificio en la esquina de Corey Street y General Robinson Street en Pittsburgh. En ese inmueble, los Rooney regentaban un café, siendo la planta superior la vivienda familiar.
En ese primer año del nuevo siglo XX, mientras veía la luz el joven Rooney, Tim Mara, con tan sólo trece años debía abandonar la escuela y ponerse a trabajar dada la precaria situación económica de su familia. Su primer empleo fue de acomodador en un teatro, pasando después a repartir periódicos por las calles, lo que le permitió entrar en contacto con los abundantes corredores de apuestas de la ciudad –bookies– , muchos de los cuales le contrataban como ayudante, reportándole un cinco por ciento de cada apuesta conseguida. Con dieciocho años, Mara era ya un corredor de apuestas con licencia e independiente.
Los padres de Art querían sin embargo algo mejor para su hijo que la sacrificada vida que su familia había soportado desde la paupérrima Irlanda del siglo anterior. De manera que Art estudia en la St. Peter’s Catholic School de Pittsburgh, en la Duquesne University Prep School y en la Indiana Normal School, completando sus formación en la Georgetown University, revelándose como un verdadero talento atlético, especialmente en lo referente al boxeo, en donde ganó el cinturón de la categoría welter de la Amateur Athletic Union (AAU) en 1918, participando en la selección previa para el equipo Olímpico de 1920. Asimismo destacó sobre el diamante, jugando en las ligas menores con los Michigan Vehicles y los Wheeling Stogies, con quienes en 1925, ejerciendo como jugador entrenador, lideró la Middle Atlantic League en juegos, hits, carreras y bases robadas. Y cómo no, fue un estimable halfback con los semi-pross Pittsburgh Hope Harvey y Majestic Radio, clubes de football creados por él siendo apenas un adolescente.
En ese mismo año de 1925, la NFL buscaba desesperadamente instalar una franquicia en una gran ciudad en aras de expandir comercialmente el negocio. Para ese fin, Joseph Carr, presidente de la NFL, viajó a Nueva York para ofrecer al promotor de boxeo Billy Gibson la posibilidad de adquirir un equipo para la ciudad. Ante la negativa de Gibson, la oportunidad se le presentó al joven Mara, que aun ignorante en materia de football, recibió el asesoramiento y apoyo de su amigo Harry March, antiguo médico de los legendarios Bulldogs de Canton. De esta forma, y por el módico precio de quinientos dólares, Mara se hizo con la franquicia. No se complica la vida y toma prestado el nickname que el equipo homónimo de baseball utilizaba desde 1888, de manera que así se granjeaba también las simpatías de los aficionados al bate de la Gran Manzana.
Si la ciudad de los rascacielos era un extraordinario escaparate para la NFL, Pittsburgh era también objeto de deseo dado el gran arraigo que este deporte tenía en el valle del Allengheny, así como por la popularidad de su conjunto universitario, los Pittsburgh Panthers. Tras conseguir sortear en parte las férreas disposiciones que proscribían en la integrista Pensilvania organizar eventos deportivos los domingos, en mayo de 1933, el emprendedor Art logra hacerse con una franquicia de la NFL para su ciudad por la suma de dos mil quinientos dólares. Al principio, los Pittsburgh Professional Football Club, Inc. se bautizaron como Pirates, por el mismo motivo que Tim Mara eligió Giants.
En esos primeros años ni Pittsburgh ni Nueva York eran equipos solventes, aunque por diferentes razones. Los Pirates de Rooney no eran, ni por asomo, la prioridad en sus oficinas del Ford Pitt Hotel. La promoción de combates pugilísticos –Rooney-McGinley Boxing Club- y las apuestas en las carreras de caballos eran su principal ocupación y fuente de ingresos, ingresos que permitían sobrevivir a unos desastrosos Pirates sobre el emparrillado, una máquina de perder partidos y dólares.
Por lo que respecta a los Giants, aunque en 1927 ganan su primer título con un apabullante record de 11-1-1, ni el campeonato ni el fichaje del mítico Jim Thorpe logran llevar aficionados al Polo Grounds, que preferían disfrutar con los hits de Babe Ruth y Lou Gehrig o acudir al football universitario. Los éxitos deportivos de Mara continúan no obstante en la década de los treinta, con el campeonato de 1934 ante los Bears -el célebre Sneakers Game-, jugado en un helado Polo Grounds, en el que ganó el partido quien mejor estabilidad tuvo sobre el permafrost en que se convirtió el césped, y que fueron los jugadores neoyorquinos a quienes su entrenador, el gran Steven Owen calzó con zapatillas de baloncesto. Cuatro años después repetirían anillo esta vez ante los Packers. Sin perjuicio de los éxitos deportivos de Mara, los problemas de competencia le asedian durante aquellos años. En 1926 se organiza la American Football League (AFL), instalándose en Nueva York una franquicia denominada Yankees, en directa competencia con los Giants de la NFL. Una década después, serían los Brooklyn Tigers de la II AFL. Y aun entre 1946 y 1949, la recién estrenada All-America Football Conference (AAFC), colocaría otras dos franquicias en el mismo nicho comercial que ocupaba Mara, de nuevo con los Yankees y los ahora rebautizados Brooklyn Dodgers.
Las vidas de Art y Tim se cruzan por vez primera, no a raíz de sus responsabilidades footballísticas sino, como no podía ser de otra forma, por la concurrencia de los intereses hípicos de Rooney y la reputación de Mara como corredor de apuestas. La prohibición de apuestas en la puritana Pensilvania obligaba a Rooney a viajar por diferentes estados para efectuar sus envites. En uno de esos viajes, el restaurante Moore’s de Nueva York fue testigo de ese encuentro, en el que Rooney –con tremendo disgusto de su embarazada esposa- colocó 50.000 dólares al caballo sugerido por Mara. Cuando el neoyorquino regresó del hipódromo de Saratoga, la fortuna de Rooney se había multiplicado exponencialmente con la victoria de su caballo. Esa notable suma, además de sellar el inicio de una fructífera relación y de una gran amistad –el bebé que llevaba en su seno ese día Katheleen, se llamó Tim, en honor del olfato de Mara- sirvió para que Art reforzara su renqueante franquicia con la contratación del head coach Joe Bach, una institución en Notre Dame, o el fenómeno Whizzer White y en mejorar los contratos del resto de jugadores, lo que permitió al equipo alcanzar la segunda plaza de la Eastern División de 1936, solo por detrás de los Boston Redskins del gran Lone Star Dietz. Hasta 1942, el equipo se mantiene merced a las ganancias procedentes precisamente de las carreras de caballos, pero los pésimos balances de los ya oficialmente Pittsburgh Steelers y los problemas económicos derivados de la guerra obligaron al equipo a fusionarse con los Eagles en 1943 (Steagles) y con Cardinals de Chicago (Cards-Pitts) en 1944.
Terminada la guerra, Art asume la presidencia de unos Steelers que, muy a su pesar, eran considerados por entonces la cenicienta deportiva en una ciudad que bebía los vientos por el outfield Ralph Kiner o el rightfielder Roberto Clemente de los Pirates. Además, tuvo la poca fortuna de coincidir con dinastías imbatibles del gridiron como fueron los Browns de Otto Graham y Paul Brown o los Packers de Lambeau. Y porqué no decirlo, el Chief no era infalible, y jaimitadas como cortar al paisano John Unitas o el inexplicable trade de Dick Butkus, hicieron mucho daño a la competitividad de la franquicia. Por cierto, un joven Tim Rooney fue quien le escribió a su padre en 1955 una carta de veintidos páginas, argumentando y rogándole que reconsiderara prescindir de Johnny U. Qué importante es escuchar a los hijos…
Mientras, a partir de 1946, Tim Mara comenzará a delegar muchas de las funciones en sus hijos. Jack, el mayor, asume la responsabilidad económica de la franquicia, mientras que de la parte deportiva se hará cargo su hermano pequeño Wellington, bautizado así por su padre en honor del Duque de Wellington, de donde a su vez deriva el nombre con el que se conoce al balón oficial Wilson, “The Duke”, a instancias de otro apellido ilustre de la NFL, George Halas, que propició el acuerdo de provisión con Wilson Sporting Goods Co. en 1941. En palabras del propio Wellington, la cosa quedaba así: “My Brother Jack’s president and treasurer, my Pop’s chairman of the board, and I’m secretary. Pop and Jack worry about the tickets. Mom and I worry about the team”.
El relevo generacional en Pittsburgh se demoró algo más, manifestándose a mediados de la década de los sesenta, cuando Dan, el hijo mayor de Art, asume las operaciones diarias del club, siendo trascendental en este sentido su perseverancia en contratar a Chuck Noll como head coach, movimiento que cambió para siempre la tendencia perdedora de la franquicia, para convertirla en lo que es hoy. En 1975 asume ya la presidencia ejecutiva, siendo su hermano Art Jr. el vicepresidente y director de scouting, quien no obstante sería sustituido en 1988. Los gemelos Jim y Patrick, se quedaron al cuidado de las inversiones inmobiliarias de la familia y el citado Tim, se hizo responsable del negocio ecuestre en Yonkers, como es lógico dado sus antecedentes prenatales…
La antártica noche del 30 de diciembre de 1956, el Yankee Stadium del Bronx acoge lo que a la postre sería el ultimo entorchado de Tim Mara al frente de los Giants. Un partido en el que los Bears fueron pulverizados 47-7 por el conjunto neoyorquino, que contaba en la banda como coordinadores ofensivo y defensivo respectivamente a unos imberbes Vince Lombardi –compañero de habitación de Wellington en Fordham- y Tom Landry. Tres años después, el patriarca fallecía a los 71 años, dejando definitivamente a los mandos a sus hijos Jack y Wellington. El viejo amigo de apuestas y football de Tim, Art Sr., le sobreviviría aun casi treinta años, falleciendo apenas dos semanas antes del kickoff de la temporada de 1988, en lo que sería la peor temporada de los Steelers desde 1969, seguro conmocionados por tan dolorosa pérdida. Ese año portaron un parche conmemorativo.
La relación de las dos familias se fue estrechando y consolidando cada vez más, siendo especialmente subrayable episodios como el acontecido 1961, cuando los contratos con las televisiones comenzaban a reflejar cifras extraordinarias, sobre todo tras la irrupción de la atractiva American Football League (AFL) y Art Rooney Sr. y su hijo Dan, lograron convencer a Wellington y Jack Mara de que un contrato nacional de televisión en el que los equipos se distribuyeran equitativamente los ingresos era lo mejor para los intereses generales de liga, siendo como era esa postura una enorme concesión por parte de los Mara, no en vano los derechos televisivos de Nueva York tenían un valor infinitamente superior a los de la mayoría de las franquicias.
Ocho años más tarde, a raíz del nuevo escenario competitivo surgido tras el merger, fue Wellington Mara esta vez quien logró convencer a los Rooney y a Art Modell, de los Browns, de que abandonaran la Conferencia Nacional para adscribir sus franquicias a la fusionada Conferencia Americana, la antigua AFL, extremo al que los Steelers se habían opuesto una y otra vez en las conversaciones previas. Merced a ese trasvase hoy podemos disfrutar de la AFC North, la mejor y más competitiva división de la NFL, custodia del viejo football de defensa y carrera.
En 1976, ya retirado de la primera línea el patriarca Art Sr. y cumplido su sueño de ver a los acereros campeonar de manera sucesiva, Wellington Mara apoya la designación de Dan Rooney como jefe negociador laboral con el sindicato de jugadores, logrando ambos, junto con el jefe del sindicato de jugadores, Gene Upshaw, superar las diferencias –que se agudizaron con la huelga de 1982 – y así alcanzar importantes acuerdos laborales entre las partes.
Las aportaciones y los esfuerzos de estas dos familias en favor de la NFL y del football en general las hizo acreedoras de ingresar en el Hall of Fame de Canton, siendo Art Sr. y su hijo Dan, de un lado, y Tim y su vástago Wellington de otro, los únicos padres e hijos poseedores de la prestigiosa chaqueta amarilla.
Los paralelismos de las dos familias se extienden hasta nuestros días de manera increíblemente solapada. El hijo de Dan y nieto del Chief, Art Rooney II, preside los Steelers desde 2003, logrando dos Super Bowls desde entonces; asimismo, John K. Mara, primogénito de Wellington y nieto por tanto de Tim, hace lo propio en Nueva York, habiendo logrado otros dos anillos desde 2005 eso sí, en ambos casos, la propiedad ya no es enteramente familiar, diluyéndose, en lo que respecta a los Steelers, con la participación minoritaria del productor de cine Thomas Tull, por lo que se refiere a los Giants, con la familia Tisch, también relacionada con el mundo del cine, que adquirió en 1991 el cincuenta por ciento de participación del hijo de Jack, Timothy J. Mara.
Precisamente con otro Timothy, pero no Mara, sino Rooney, recuerden, aquel nasciturus que portaba Katheleen Rooney en el restaurante Moore’s de Nueva York el día de la gran apuesta hípica, se principia el cerramiento de este circulo familiar. Como ya dijimos antes, este Rooney se dedicó por entero a los negocios ecuestres de la familia, dirigiendo el Empire City Casino en Yonkers Raceway. Pues bien, su hija Katheleen, entre los millones de varones norteamericanos disponibles tuvo que casarse precisamente con el segundo hijo de Wellington, Chris Mara, actual vicepresidente de los Giants y encargado de la evaluación de jugadores. Fruto de este enlace, que vino a vincular parentalmente una unión que ya lo era negocial, afectiva y profesional desde hace más de setenta años, han nacido cuatro hijos: Daniel, Kate, Patricia y Connor.
Kate es la inolvidable Zoe Barnes de House of Cards y también la Annie Cantrell de We Are Marshall (2006, McG), film sobre el terrible accidente aéreo que acabó con la vida de los integrantes del equipo de football de la Universidad Marshall de West Virginia en 1970, quien suele bromear diciendo: «cuando estoy enfadada con mi madre, animo a los Giants y cuando lo estoy con mi padre, apoyo a los Steelers». Patricia, su hermana pequeña, es como no, la Lisbeth que le valió una nominación a los Oscars. Por cierto, Patricia acredita sus interpretaciones como Rooney Mara; no puede haber elegido mejor nombre artístico, la síntesis lógica para una familia unida desde hace más de siete décadas primero por el juego, luego por el football, después por la sangre y ahora por el cine.