En la gloriosa década de los setenta, los colores de los Steelers, efectivamente y como siguen siendo ahora, eran el negro y el dorado. Sin embargo, cualquier aficionado despistado que acudiera al Three Rivers Stadium en aquellos años pensaría que los de Pittsburgh vestían de rojo, blanco y verde atendiendo al cromatismo de las gradas cada vez que salía el equipo al emparrillado.
El catalizador del sorprendente aspecto de las tribunas no fue otro que el hijo de Cad Harris y de Gina Parenti, un arquetípico fruto del amor bélico entre un soldado afroamericano del V Ejército de los Estados Unidos y una italiana durante la invasión aliada de Italia en la II Guerra Mundial. Al terminar la contienda, Cad no regresó a Nueva Jersey solo, sino acompañado de su nueva esposa, con quien se instaló en Fort Dix, base del ejercito norteamericano donde, un 7 de marzo de 1950, nació el pequeño Franco, bautizado en recuerdo del nonno italiano.
Con los años, este italoamericano tan poco ortodoxo, tras destacar como running back bajo el magisterio de Paterno en Penn State, fue la decimotercera elección de los Steelers en el draft de 1972. Eso fue el 1 febrero. El 23 de diciembre de ese mismo año, Harris trascendió para siempre, no a la historia de la franquicia ni de la NFL, sino del deporte universal y de la cultura popular estadounidense, con la recepción y la posterior carrera más icónica de todos los tiempos.
No obstante, antes de la legendaria jugada, ya a mitad de temporada Franco ofrecía unos registros de carrera asombrosos, con seis partidos consecutivos con más de cien yardas. Fue entonces cuando los italoamericanos de la ciudad descubrieron la sangre italiana del rookie y crearon un grupo de admiradores en su honor: The Franco´s Italian Army. Huestes que debutaron oficialmente el 12 de noviembre de 1972 en un partido local frente a Kansas City Chiefs, en el que Harris corrió de nuevo para 174 yardas y un touchdown. Con algunos remanentes de cascos del ejercito pintados con banderas italianas y la leyenda Franco´s Italian Army en su frontal, los miembros de esta peculiar unidad desfilaron por el Three Rivers, instalándose debajo de los palcos de prensa en las secciones 29 y 30 del coliseo ubicado en el 600 Stadium Circle.
Durante las siguientes cinco temporadas, desde ese rincón del demolido estadio se expandió una milicia italoamericana que, al socaire de su adoración por el Receptor Inmaculado, también fungió como elemento reivindicativo del orgullo étnico de una población tradicionalmente menospreciada por los wasp (White Anglo-Saxon Protestant) del Allengheny. Además, en este caso, al orgoglio italiano se le añadía el indisimulable black power que también representaba Franco, paradigma del floreciente blaxploitation.
Los símbolos por excelencia, por supuesto, fueron los colores rojo, blanco y verde de la bandera italiana, utilizados no solo en los cascos, sino también en las pancartas que se exhibían en el graderio. Pero, además, la extraordinaria influencia y el apreciable impacto que tuvo esta división de fanáticos se tradujo en la reivindicación de la cocina italiana. Muchos años antes de que se popularizara el tailgaiting, en cada partido en casa, los soldados de Franco (no confundir con los hombres de Mola y Varela) se reunían para preparar hoagies de salami, prosciutto, capicolla y provolone como refrigerios para el halftime. Los quesos italianos importados (gorgonzola, taleggio y peccorino), el pepperoni, las aceitunas y el chianti se consumían en grandes cantidades, al igual que platos regionales italianos como los manicotti al horno o las berenjenas rellenas preparados por las mammas del pintoresco Ejército.
La ancestralidad trasalpina alcanzó el paroxismo cuando los miembros del Ejército acudían al estadio ataviados o portando amuletos en forma de cuerno que se usaban para colocar el malocchio, o mal de ojo en los equipos contrarios. Aún muchos creen que la inconcebible jugada del 23 de diciembre de 1972 respondió a un incantesimo o hechizo calabrés.
Tras la inolvidable temporada de 1972, la repercusión del Franco’s Italian Army superó el regionalismo pensilvano, convirtiéndose en un fenómeno nacional, comercializándose bufandas, camisetas, sudaderas, banderas y cojines para los asientos con el fin de recaudar fondos para obras de caridad. Así, y como dije al inicio, las gradas del Three Rivers Stadium parecían las del Comunale de Turín.
En 1973, el mismísimo Frank Sinatra era socio honorario del Ejército, cuya popularidad tuvo asimismo un efecto de imitación en otras etnias de la ciudad, y de esa manera, los laboriosos eslovacos estadounidenses de las fundiciones de Pittsburgh crearon un grupo de fanáticos en honor a Jack Ham, los célebres Dobre Sunka y, hasta el Dios Lambert, más por su personalidad que por su origen, tuvo también su ejército de Maniacs en una de las curvas del estadio.
Franco Harris, en otra inconcebible jugada del destino como la que le consagró aquel frío 23 de diciembre de 1972, nos ha dejado hoy sin avisar, como el óvalo que reboto sorpresivamente en Tatum (sí, en Tatum) y apenas setenta y dos antes de que la Steelers Nation le rindiera el nunca suficientemente merecido homenaje con ocasión del quincuagésimo aniversario de la Immaculate Reception.
Estoy sugerido que Franco, cuya bonhomía y sencillez fue siempre aún mayor que su extraordinaria calidad como jugador, ha querido quitarse de en medio de la que le teníamos montada para el domingo, con parche conmemorativo incluido. Era tan humilde que quizá le pareció excesivo que su camiseta apareciera colgada junto a la de Stautner y Greene. Es igual. Por mucho que se haya empeñado en morirse tan inopinadamente, Franco Harris alcanzó la inmortalidad hace cincuenta años y aunque insista en ausentarse de su fiesta, todos los acereros fuimos, somos y seremos soldados del Franco’s Italian Army ¡¡¡A sus órdenes mi runningback!!!
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