Jimmy jugaba en su habitación con su consola nueva. “Rápido, construye una pared aquí, que viene el “team” contrario a asaltar la base”. Llevaba poco más de media hora jugando a ese nuevo juego tendencia que acababa de conseguir que su madre le comprara por haber aprobado el último parcial.
Empezó a escuchar un pequeño lamento que venía de la buhardilla. Al principio, no le dio importancia, pensó que eran sonidos del propio juego, pero cuando le dio al botón de pausa del mando, el sollozo se escuchaba con nitidez.
Lejos de asustarse, como buen niño de 9 años, curioso por naturaleza, se acercó hacia la escalera que daba acceso a esa buhardilla que su padre le había repetido por activa y por pasiva que no debía subir sólo. “La verdad, eso me lo dijo con 8 años, ahora tengo 9 y soy mayor” – pensó – “es más, parece que está llorando alguien, y mamá siempre dice que hay que socorrer y ayudar a quien lo necesite”, sentenció mientras tiraba de la cuerda que hacía bajar la escalera de acceso a la buhardilla.
Sus padres estaban abajo, con el tío Tyler y el abuelo Jack. Estaban hablando de “cosas de mayores” le había sentenciado su padre, por lo que no se darían cuenta de esta acción de ayuda que iba a realizar.
La oscuridad se hizo casi plena cuando Jimmy dejaba atrás el último peldaño de la escalera y posaba el pie en el crujiente suelo de la fría buhardilla. En ese momento, los sollozos, que hasta el momento había estado escuchando de forma intermitente, cesaron de inmediato. Jimmy esperó pacientemente hasta que sus ojos se acostumbraron a la poca luz que había en la estancia. Era una buhardilla lúgubre, donde el polvo lo invadía todo y se vislumbraban algunas telarañas en las paredes. Al menos se filtraba algo de luz por los respiraderos del techo. Según mantenía casi la respiración, escuchaba en el piso de abajo reír al abuelo Jack. Le encantaba verle y jugar con él, aunque siempre se empeñara en que el Football era un gran deporte. Jimmy no era de esa opinión, el sería programador de juegos de consola, eso sí tenía futuro, no el Football tan visceral.
En esos pensamientos estaba cuando escuchó un lamento nuevamente, sus ojos ya se habían acostumbrado a la tenue luz que se colaba por los respiraderos de la buhardilla. E inmediatamente dirigió la mirada a una caja grande de cartón, sucia y desgastada por el tiempo. Juraría que el sollozo que había escuchado provenía de dentro de la caja. “No puede ser” pensó Jimmy, “seguro que se ha colado algún animal”. El corazón de Jimmy iba a mil por hora según se acercaba a la caja. Para un niño de 9 años era una experiencia intensa. Aunque bien es verdad que Jimmy tenía una envergadura importante, le venía de familia quizá, su padre John también intentó jugar al Football, como su abuelo, pero una lesión de rodilla cuando estaba en la Universidad, le relegó a lo que es ahora: “el mejor vendedor de coches de todo Worthington” (y posiblemente… de todo Pensylvania decía siempre Jimmy).
A cada paso que daba, el sollozo se iba haciendo más fuerte, más alto, tanto, que dejó de escuchar a la familia que tomaba café mientras hablaba de cosas de mayores en el piso de abajo. Cuando Jimmy alargó la mano para tocar la vieja caja, el lamento paró. Con ansiedad por ver de qué se trataba, y porqué no decirlo, con un poco de miedo, Jimmy empezó a abrir la caja para ver qué había en el interior. En la parte de arriba de la caja sólo ponía en un malgastado rotulador negro un nombre: “Papá”.
Jimmy se asomó para vislumbrar cómo dentro de la caja había recuerdos del abuelo Jack. Echó a un lado una vieja y raída toalla amarilla y pudo ver periódicos donde decían que los Steelers habían ganado otro anillo. En ellos, los reporteros de la época elogiaban a su abuelo por sus espléndidas actuaciones. Sus ojos se fijaron en un número del Pittsburgh Times, titulaba a toda página: Jack Lambert entrará en el Hall of Fame de 1990. Todo eran elogios para él, y un repaso por toda su carrera. Desde la etapa Universitaria donde en Kenn State batió récords como Linebacker de los Golden Flashes. Hasta su elección en segunda ronda de 1974 por los Pittsburgh Steelers, equipo donde jugaría toda la vida.
Pronto reparó en una foto, era su abuelo con un tipo que llevaba la camiseta con el número 10. Rezaba una leyenda escrita y firmada que decía: “Siempre te estaré agradecido” y firmaba un tal Roy Gerela. Vino a la memoria una historia que contaba siempre el abuelo en Acción de Gracias. Una historia sobre cómo afrontar los errores y no dejar que nadie nos recrimine los mismos. Contaba el abuelo, que en la Super Bowl X de enero de 1976, el kicker Roy Gerela falló un Field Goal de 33 yardas. Era un partido muy apretado entre los Steelers y los Cowboys. Quedaban 26 segundos para acabar el segundo cuarto y de anotarlo, hubieran empatado el partido los Steelers antes del descanso.
Cuando falló, el Safety de os Dallas Cowboys, Cliff Harris se mofó del error. En cuanto lo vio el abuelo Jack, se enfrentó al Safety y de un empujón lo sentó en el suelo a 5 metros. Esa acción le supuso un respaldo de moral al kicker Gerela, que posteriormente anotaría dos Field Goals, de 36 y de 18 yardas para acabar ganando el partido por 17 a 21 a esos Cowboys de Tom Landry.
De hecho, el abuelo siempre se enfada cuando dicen algunos nuevos analistas de la televisión, que los jugadores deben comportarse y no entrar en trifulcas de ese tipo, empujones o golpes. El siempre apuesta por la camaradería, el compañerismo, el salir a defender a uno de los tuyos es enseñar valores, y los valores se enseñan con fuerza e ímpetu, y si para ello hay que empujar al Safety a 5 metros, se le empuja. El abuelo siempre decía, “Jimmy, tu no pegues, pero por tu familia, por tus amigos… a morir por ellos”.
Jimmy sonreía al recordar la batallita que todos los Acción de Gracia les contaba el abuelo Jack. Reparó entonces en una cinta de video VHS, en ella, ponía 1980 Super Bowl XIV Interception. Jimmy sabía qué partido era, era aquel que el abuelo dice que sintió la gloria. “No hay nada como interceptar al QB rival en una final de la Super Bowl” siempre decía. “Ningún defensor se debería conformar con un anillo, no hay nada más grande como robarles la posesión”.
Y es verdad, faltaban algo más de 5 minutos para el final del partido. Los Steelers iban ganando a los Rams 19-24, pero los Rams se estaban acercando, si quemaban bien el reloj y anotaban, el trofeo Vince Lombadi podría irse a Los Ángeles. De repente, tras dos incompletos de Vince Ferragamo, la lectura de la jugada le vino al abuelo Jack, era una “Curl” hacia Ron Smith, adelantó un pie, en el cambio de ruta con el defensor, lo suficiente para poder interceptar para 16 yardas. A la postre, esa intercepción sería clave ya que daría la posesión a los Steelers y acabaría en Touchdown a falta de menos de dos minutos para el final con un 19-31 ya insalvable para los Rams.
Los ojos de Jimmy repararon en unas invitaciones enmarcadas con mucho cuidado. El cristal ya estaba algo amarillento y se notaba que había sufrido el paso del tiempo. Dentro, dos entradas para el Hall of Honor de los Steelers. Jimmy recordaba ese día, no hacía más de 4 o 5 años. Su padre quiso que toda la familia acompañara al abuelo Jack. Y ahí estaba la abuela Lisa, las tías Lauren y Elisabeth, el tío Ty, papá y mamá. Bueno, y los primos.
Ese día se inauguraba un nuevo salón de la fama de los Steelers, y para inaugurarlo, habían llamado al abuelo. Bueno, también a otras grandes figuras de los de Pittsburgh. Jimmy no recordaba a todas, pero detrás del cuadro donde se encontraban esas entradas enmarcadas, aparecía una leyenda con todos los nombres, y vaya nombres: Jerome “el autobús” Bettis, Mel Blount, Terry Bradshaw, Jack Butler, Dermontti Dawson, Bill Dudley, Joe Greene, Kevin Greene, L. C. Greenwood, Jack Ham, Franco Harris, Dick Hoak, John Henry Johnson, Walt Kiesling, Bobby Layne, Chuck Noll, Art, y Dan Roonie Sr., Andy Russell, Donnie Shell, John Stallworth, Ernie Stautner, Lynn Swann, Mike Webster, Rod Woodson y el viejo Johnny “blood” McNally.
Jimmy recordaba mucho ese día porque es el primer recuerdo que tiene de asistir al estadio, a esa meca llamada Heinz Field, y eso, para un chaval de 9 años ya, significa mucho. Muchas cosas había en esa caja, camisetas de otros jugadores, guantes, pero sus manos fueron hacia una placa de color bronce que ponía: “Eternamente agradecidos. Gracias a Jack Lambert, esta escuela ha podido abrir de nuevo y educar a más de 148 niños en este 1998. Stoney Hollow Nursery and School”.
“Guau” pensó Jimmy. “Ni papá ni el abuelo me habían contado nada de esto”. El abuelo era un gran hombre, eso ya lo sabía Jimmy, pero no que fue tan importante para tantísima gente, y no solo aficionados, sino para la fanbase de un equipo, en una época donde la gente deseaba tener esa ilusión. “Fueron unos años duros, eso siempre dice mi padre”, habló en voz alta Jimmy.
En ese momento, una voz dijo: “tu abuelo ha significado todo para mucha gente en el país”. Jimmy se asustó, ¿de dónde venían esas palabras?, ¿quién había hablado? “Es importante que esto no caiga en el olvido” volvió a sonar una voz que se hizo grave en la buhardilla. Y la mirada de Jimmy fue a parar a la vieja y raída toalla amarilla. Si, ¡la toalla había hablado!
Para cualquier adulto, esto significaría una explosión de miedo y pavor. Pero los niños tienen algo especial que hace que esto sea totalmente plausible.
– “¿me hablas a mí? Preguntó Jimmy a la toalla.
– “No veo a nadie más aquí”.
– ¿eras tú la que estaba llorando?”
– “si, lo reconozco”
– “¿Y qué te pasa? ¿Cómo puedo ayudarte?, yo soy Jimmy Lambert, encantado.
– Te conozco Jimmy, te he oído desde que naciste, más o menos. Yo soy la Terrible Towel del año 1976. Llegué a tu casa por aquel año.
– Oh, pues no te conservas nada bien.
– Gracias, pero tu padre tampoco me ha ayudado mucho conservándome en esta húmeda buhardilla.
– Oh, lo siento – dijo Jimmy – he sido muy descortés. Qué te puedo ayudar., porqué llorabas?
– Lloro porque escuché a tu padre que se iba a deshacer de todo lo que había aquí, que lo iba a donar o quemar. Y Jimmy, hay cosas que no podemos ser olvidadas. Yo, no quiero ser olvidada. ¿Quieres que te cuente una historia Jimmy?
A Jimmy le encantaban las historias, se puso cómodo y empezó a escuchar cómo esa vieja y raída toalla amarilla, llamada Terrible Towel le empezaba a contar:
Hasta donde yo sé, las Terrible Towell nacimos al final de 1975, aunque yo en concreto, soy de mucho antes. Corría finales del año 75, los Steelers de tu abuelo habían ya ganado su primera Super Bowl el año anterior, y el equipo necesitaba de un empuje especial para esos duelos de playoffs y poder repetir, quizá, alzar de nuevo el trofeo Vince Lombardi. La voz de los Steelers en la radio Myron Cope decidió (muy acertadamente, porque si no, yo no existiría, o al menos con esta función) que los aficionados en el estadio deberían tener algo especial, algo que intimidara al rival. El partido iba a ser contra unos Baltimore Colts que llegaron con un Lydell Mitchell espectacular ese año.
Cope hablando con el vicepresidente de ventas de la estación de radio WTAE decidieron que el item debía ser “la toalla terrible”. Una toalla, de color dorado o amarillo, que todos los aficionados puedan llevar de sus casas y así animar al equipo y amedrantar al rival. Y así surgimos, el 27 de diciembre de 1975, antes del kickoff, dicen las crónicas que más de treinta mil toallas terribles se movían sin parar en el viejo estadio de los Three Rivers.
Una de esas toallas, era yo. Tu abuela Lisa me compró hacía dos años en la mercería de los McCooper. Y había servido con una tranquilidad pasmosa a la familia. Secaba las manos de tu abuelo y de tu abuela de forma sin igual. A veces, cuando “Sueño”, el Beagle que tenían tus abuelos se quedaba solo, tiraba de mí para jugar conmigo, a veces, me hacía algún arañazo, pero nos llevábamos bien.
Me acordaré siempre de ese sábado 27 de diciembre de 1975, Lisa me llevó al estadio y descubrí el mundo del Football. Ni decir tiene tu abuelo ganó el partido, y el siguiente contra los Raiders, y la final, la tan ansiada Super Bowl contra los Dallas Cowboys.
Desde entonces, me convertí en emblema, talismán, “leitmotiv” de cada partido de los Steelers. Bien es cierto que a partir de 1978 empezaron a verse muchas de mis hermanas, más jóvenes, con unos magníficos bordados donde se leía “Terrible Towel”. Pero yo, seguía igual de tersa y auténtica que el primer día. De hecho, tengo que decirte que a tu padre y a tus tíos los llegamos a arrullar conmigo cuando nacieron. He formado de esos mágicos acontecimientos de la familia.
Y ahora, al escuchar a tu padre que iba a tirar todo lo que cuidadosamente o no, estaba aquí guardado… me he echado a llorar, me invade la pena por todas mis fibras. No es que sea mucho, pero he significado y he compartido tantísimos momentos con la familia, que me he sentido parte de ella.
Con lágrimas recorriéndole las mejillas, Jimmy agarró la Terrible Towel y bajó corriendo al salón, donde se tiró a los brazos de su abuelo. Llorando, le dijo: “Abuelo, te quiero mucho, no dejaré que tu nombre y la historia de esta Terrible Towel se pierda”.
El abuelo Jack, miró con ternura a su nieto y sonriendo agarró la Terrible Towel, esa toalla que tanto había significado para la familia. Se fundió en un cálido abrazo con su nieto y le susurró al oído: “Sé que te encargarás de ello, sé que contarás algún día, esta historia”, y dirigiéndose a la Terrible Towel la murmuró: “Gracias”.
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